Valoración económica de los bienes y servicios ambientales de los ecosistemas.

La importancia de los servicios ambientales que proporcionan los ecosistemas queda de manifiesto en Costanza et al. (1997). Las estimaciones llevadas a cabo indican que el conjunto de servicios analizados para todo el planeta se acercan a un valor medio anual de 33 trillones1 US$/año, teniendo en cuenta que la estimación está sesgada por la incertidumbre de los métodos aplicados y por la ausencia en el análisis de algunos biomas y servicios. Si comparamos esta cifra con el Producto Interior Bruto del conjunto del planeta en esos momentos (18 trillones de US$/año) podemos hacernos una idea de lo que los sistemas ecológicos suponen en la economía.

Sólo para Estados Unidos, Pimentel et al. (1997) estiman que los beneficios económicos y ambientales anuales de la biodiversidad son de unos 319 billones de dólares [109 $] anuales, siendo su aportación total para el planeta de unos 2928 billones de dólares [109 $] anuales, alrededor del 11% de la economía global. Un estudio reciente llevado a cabo por un equipo internacional de científicos y economistas, coordinados por la Universidad de Cambridge y la Royal Society for Protection of Birds (RSPB), estima que cada año la humanidad tiene que aportar unos 250 billones de dólares adicionales debido a la pérdida de los servicios que la naturaleza nos aporta gratuitamente. Así mismo, concluye que con menos de 50 billones de dólares al año2 podríamos proteger los servicios de los ecosistemas, que nos están generando 5 trillones de dólares al año. Ésto significa que con menos de un 1/16 del presupuesto mundial en gastos militares podríamos proteger de manera efectiva la naturaleza del planeta (Balmford et al., 2002). Sin embargo, mientras que algunos de estos bienes y servicios son identificables localmente, y sus beneficios son fácilmente cuantificables en términos de mercado, como por ejemplo, el turismo asociado a los espacios protegidos, otros muchos no están valorados en el marco de la economía clásica, y por esta razón pueden tener muy poco peso específico en las decisiones políticas que les afectan (Costanza et al., 1997), conduciendo a una rápida degradación y agotamiento (Daily et al., 2000), tal y como hoy estamos viendo.

Por estas razones, incluso desde un punto de vista exclusivamente utilitarista, es necesario valorar convenientemente el aporte que los sistemas ecológicos hacen a la economía, a través de los bienes y servicios, con el objetivo de no descapitalizar a una sociedad, la nuestra, que depende de este auténtico capital natural (*) para su mantenimiento (Goodland y Daly, 1996).

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